Las noches normales habían quedado atrás, la rutina, las películas... ese afán cineasta tan obsesivo, la lectura, la música. Había dejado atrás todas sus aficiones. No necesitaba dormir, con cuatro horas tenía suficiente para superar los obstáculos del día y la tarde, la noche la dedicaba a su mayor placer, él. Sólo necesitaba unos minutos para alimentar su cuerpo y pulir la piel, la imagen era importante, pero no necesitaba un gran esfuerzo por sacarle brillo a sus virtudes, aunque sólo fuera en superficie. Las noches se podían resumir en instantes de euforia, victorias y derrotas. Y el temor, temor a la espera de que se apagase la llama.
¿Su mayor miedo? La espera. Y el viento.
Ése día supo que no le vería. Eli bajaba todos los días por la avenida en dirección a la estación de trenes para ir a trabajar, siempre a la misma hora. Le daba igual tropezar o chocarse con alguien, siempre miraba hacia la carretera.
La primera vez que le vio casi la atropelló. Maldijo mil veces porque no se hubiera dado la oportunidad, e imagino mil situaciones en las que él la arrollaba y acababan en el suelo, él la ayudaba a levantarse y, de alguna forma u otra, el final siempre era delicioso.
A pesar de estar segura de que no le vería, le buscó. Costumbre. La lluvia le empapaba la cara, daba igual cómo colocase el paraguas. Maldito viento. Ya era mediados de abril, ¿por qué este tiempo?, deseaba que llegase el sol, los días de calor, las camisetas de tirantes, los shorts y los vestidos veraniegos. Cansada de sí misma, apartó la mirada de la carretera y se centró en dónde ponía los pies. Ya había pisado un charco y se le habían calado los dedos del pie, iba a quedarse así hasta la noche y eso iría empeorando su humor a lo largo de la tarde, una pulmonía es lo que necesitaba.
Pasó todo a cámara lenta ante sus ojos. El paraguas se escapó de su mano en una de las embestidas del viento, miró hacia atrás para ver cómo volaba unos quince metros hasta estamparse contra una bicicleta. El palo quedó colgando en el cuadro y la tela se enredó en la rueda delantera, propiciando a su conductor hacia el suelo sin darle tiempo a reaccionar. La inercia le hizo saltar por los aires, propiciarse contra el suelo y rodar hasta sus pies, Eli tan sólo se agachó y le cubrió con su cuerpo para evitar que la bicicleta le pasara por encima.
Cuánto lo siento...
A Eli no le salían más palabras que ésas. Había imaginado mil veces con aquello, su deseo se había cumplido, sin embargo ella no era capaz de reaccionar como lo había hecho en sus fantasías. Tal vez era porque él no paraba de sonreirle, porque no se habían soltado la mano desde que sucedió el accidente, o simplemente porque no creía en su suerte.
Me acabo de enamorar de este relato. No lo había leído antes (mal por mí).
ResponderEliminarEspero leer más relatos así pronto, ¡me encanta, en serio!
Un beso♥