8 de febrero de 2013

IV

- Dhan, esto es asqueroso - sacó la espada de la criatura y limpió la pringue verdosa en el matorral que tenía al lado - ¿No podemos entrenar con otra clase de bichos?

- ¡El resto de los bichos no son... AH! - esquivó el mordisco del burm justo a tiempo y lo ensartó contra el suelo, llenándose los pantalones y las botas de la sangre - Ugh, si que da asco. Pero es la única opción que tenemos, no querrás enfrentarte contra un oso pardo tú solo, ¿o ya te atreves? Además, estos bichos son bastante rápidos.

- Creo que no estoy preparado para esto... - el joven suspiró y se sentó en una roca - Matar bestias no es como matar personas, no creo que sea capaz de matar a un hombre y ver cómo la luz de su mirada se apaga por mi culpa.

Dhan le puso la mano en el hombro a su amigo - Allen, recuerda por qué estamos aquí, tenemos un hogar que proteger, un reino que recuperar. No pienso servir a los que han traído la muerte y la miseria a nuestra tierra.

- ¡Ni yo!, pero tal vez esto no sirva para nada. La Resistencia del Alba necesita verdaderos guerreros, no unos aficionados que sólo se enfrentan a burms salvajes.

- No te preocupes, ya he pensado en eso. Mañana nos iremos a Urben.

- ¿Urben? ¿Y qué se nos ha perdido a nosotros en esa ciudad de mercenarios? Allí sólo hay comercios y marineros borrachos.

- Deja que te cuente. Ayer fui a la alforja de Ernst para que afilase mi espada y me comentó que había llegado a Urben un maestro espadachín que va en busca de la Resistencia.

- Déjame adivinar... - Allen puso los ojos en blanco y sonrió.

- Eso es. Iremos con él.

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